lunes, abril 10, 2006

La odisea de mi vida

Fue frustrante haber llegado a tiempo a la terminal aérea, sin siquiera hacer fila, pasar por el protocolo del registro de maletas, subir las escaleras tratando de disfrutar al máximo esos instantes con mis papás a quienes veré de nuevo hasta después de dos semanas más, y justo cuando me dirigía hacia la banda negra (donde tengo que quitarme hasta el cinturón para que la puerta de entrada al paraíso no chille), darme cuenta de que

¡No traía conmigo el teléfono celular!

Es increíble el grado de dependencia que a veces llegamos a tener hacia un objeto como éste.

Visualicé la situación en caso de emprender el viaje sin él, pero no encontré un panorama muy alentador: no tengo registrados en la memoria de 64 Kb que Diosito me regaló, ninguno de los números de las personas a quienes quiero visitar en este viaje, y tampoco llevo conmigo la agenda pues la intención es precisamente olvidarme de cualquier obligación y pasar unos días sin pensar absolutamente en los horarios del día. Por lo tanto, di la media vuelta y llamé a la casa para que me llevaran el teléfono celular.

Mi hermanito Ulises, contestó el teléfono todavía adormilado, hizo un esfuerzo sobrehumano por levantarse, siendo las 7:30 de la madrugada, en su primer día de vacaciones, y acudió a mi primer llamado. Llegó a tiempo y ahora sí con mi ligero equipaje de mano puesto en el contenedor, pasé por la dichosa puerta chillona sin que me regañara por llevar algún objeto metálico. Del otro lado de la banda recogí mi neceser, mi bultito (bolsa de mano), mi chamarra y mi cinturón.

Atravesé el largo pasillo que conduce a la sala de abordar, estaba semidesierta pues faltaban menos de cinco minutos para la hora del despegue. Sin embargo, Aviacsa no es una aerolínea que se distinga por su puntualidad, por lo cual yo no iba con mucha prisa. Y siendo la primera vez que esperaba hasta ese momento para abordar, tampoco iba preocupada (aunque usted no lo crea). Entregué mi pase de abordar y me disponía a atravesar el tobogán cuando escuché el sonido de mi celular, así que lo busqué por todos lados sin encontrarlo... ¡pero si hacía unos minutos lo había recuperado! Obviamente, el que sonó no era mío.

Nuevamente puse a correr a mi hamster a mil por hora, y después de escarbar en los rinconcitos recientemente usados que apenas se estaban empolvando, encontró la respuesta: esta vez dejé olvidado el celular en la banda donde le ven el esqueleto a nuestro equipaje de mano.

Di la media vuelta e informé de mi situación al encargado del mostrador, quien al escucharme se puso en contacto inmediatamente con alguien a través del dispositivo de comunicación que llevaba consigo, lo cual me hizo pensar que alguien amablemente me llevaría el teléfono (¡Ilusa de mi!). Sin embargo, enseguida volteó hacia mi diciendo que si iba por el teléfono era bajo mi propio riesgo y al ver mi cara de confusión se apresuró a añadir tenía 2 minutos para regresar, o de lo contrario no podría recoger mi maleta.

Recuerdo que en ese momento sonreí pues apenas podía creer que pasara dos veces por la misma situación en tan poco tiempo. Pero bueno, haciendo gala de mi condición física (nada envidiable, por cierto), corrí hasta llegar, por tercera ocasión en el día, a la dichosa puertecita que ya sabemos. No sin antes pasar por las laaaargas escaleras sin escalones (rampas), el área de equipaje de mano, los restaurantes, el área pública y nuevamente por las escaleras que conducen al área que en ese momento me interesaba. Al llegar pregunté por mi teléfono, y después de que la chica me preguntó por la marca, el color, el número y hasta cuántos raspones tenía el susodicho, me lo entregó. Claro que para poder pasar por la puerta mágica nuevamente tuve que dejar en la banda todo lo que llevaba conmigo. Esta vez me aseguré de recoger todo, incluyendo el cinturón y la chamarra que aún no habían salido gracias a la "pericia" del joven que controla la banda. Bueno, por fin tenía en las manos todo lo que me pertenece. ¡A correr otra vez!

Llegué al mostrador únicamente para escuchar un "Lo siento señorita, no podrá abordar el avión": el mismo tipo que minutos antes me dio 2 minutos con el cronómetro en la mano pero ya dando instrucciones para que bajaran mi maleta del avión. Ni mi cara de "¿Pero por qué?" que luego se convirtión en "Por favor..." para finalmente dar paso al "¡Qué poca manera!", lograron convencer al tipo. Me indicó que regresara al mostrador de Aviacsa para recoger mi maleta. Y todavía sin poderlo creer, me dirigí hacia la salida. Tenía la esperanza de encontrar a mis papás despidiendo al avión en el cual ellos creían que iba su hijita, pero no los encontré.

Llamé a casa, otra vez mi héroe del día atendió mi llamada: "Uli, me dejó el avión, puedes venir por mi?". Casi puedo adivinar que de un brinco se levantó de la hamaca y se dispuso a ir por mi.

Mientras tanto me dirigí hacia el mostrador de Aviacsa para cambiar el boleto y poder viajar mañana, la señorita que amablemente me atendió escuchó mi historia resumida en menos de un minuto y pude leer en su cara un asombro que no pudo externar, únicamente alcanzó a decir que "Son políticas de seguridad". Le pregunté si había algún gerente en turno, para hablar con él pues, aunque estoy conciente de que cometí un error, recuerdo un par de ocasiones en las que he esperado, no quince sino ciento veinte minutos de retraso en el despegue de un vuelo. Grande fue mi sorpresa al enterarme que el tipo que me negó el acceso, era el "Encargado en turno". Por un momento pensé que sería inútil gastar una gota de saliva hablando con él, pero respiré profundo, lo miré y le dije con la mayor amabilidad que pude encontrar en lo más recóndito de mi ser en ese momento, que espero que sus políticas estén mejorando, pues si yo he esperado 2 horas por un retraso suyo, me parece injusto que, sabiendo que yo estaba en la terminal y habiendo hablado previamente con él, no me haya dejado abordar. El tipo en cuestión sólo dijo: "Cuando se trata de fallas técnicas, está fuera de nuestro alcance el control de calidad en cuanto a la puntualidad de nuestras salidas". ¿Tenía algún caso decir algo más? Consideré inútil hacerle ver su postura de "La empresa siempre tiene la razón".

Durante más de dos años he estado viajando y nunca antes había perdido un vuelo... hasta el día de hoy. Todo gracias a mi distracción, ¿o será debido a mi mala memoria? Da igual.

Me apresuré a salir del aeropuerto pensando que mi hermanito ya estaría por llegar, sin embargo, al pasar por los cajeros de pre-pago para pagar el estacionamiento, ¡ahí estaban mis papás! Me acerqué tratando de no espantarlos y producirles un infarto al pensar que soy un fantasma... su cara fue de alegría. No puedo negar que a mi también me dio gusto poder estar aquí un día más. Antes de subir al auto sólo alcancé a decirles que "Por algo pasan las cosas". Hoy aprovecharemos ir a Pustunich y ver los últimos cambios que han hecho a "la casita del centro".

Después de todo, lo que pasó hoy me pone los pies sobre la tierra para recordar que "No se mueve la hoja de un árbol, si no es la voluntad de Dios". Y que tan importante es el amor de pareja, como el amor de mis papás y mis hermanos, quienes como buenos amigos, acuden a mi incluso antes de ser llamados, y ayudan a que situaciones como ésta puedan ser vistas desde un cristal diferente.

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