martes, noviembre 04, 2008

Todo aquél que nace, un día ha de morir

¿Por qué será que la muerte a todos nos sensibiliza tanto? ¿Será acaso que comprendemos que inevitablemente llegará el día en que de ser observadores pasemos a ser protagonistas? Quizás algunos hayamos perdido el miedo al día en que tengamos que partir, pero la ausencia muchas veces no duele tanto a quien se va, como a quien se queda. Sobre todo si faltaron palabras por decir y abrazos por estrechar.

Es increíble ver como los corazones que en apariencia lucen tan duros, inevitablemente son sensibilizados ante la pérdida de un ser querido. Tratándose de la muerte no hay marcha atrás. No hay "tecla de retroceso", "deshacer" ni "ctrl+z" que valga. Como reza el dicho: "Al final del juego, el rey y el peón vuelven a la misma caja".

Igual de asombroso es observar nuestra propia reacción al respecto de una noticia triste, aún cuando ésta no nos afecta directamente. Quizás es parte de la naturaleza humana la reacción de ser solidarios con quienes lucen derrumbados, algo tendrá que ver con el instinto de supervivencia de nuestra raza. Cuando alguien ya no está en este mundo, todos somos capaces de expresar las innumerables virtudes que poseía, lo joven que estaba, lo bien que se veía, la buena persona que era.

La otra cara de la moneda se presenta cuando observamos a una persona sobresalir. Cuando se trata de personas a quienes se aprecia, el sentimiento de alegría es genuino y el éxito se disfruta tanto como si fuera personal. Sin embargo y desafortunadamente, es común observar algunas reacciones y gestos de quienes no pueden disimular su desagrado por ver sobresalir a sus colegas y peor aún, gente que abusa de su condición jerárquica para obstaculizar el ascenso de quienes trabajan duro por alcanzar sus metas.

¿Cuál es el problema realmente? En la montaña rusa de la vida algunas veces nos tocará ir cuesta abajo y otras tantas iremos cuesta arriba. Las cimas y los abismos tan sólo son señales de cambio. Haciendo conciencia respecto a esta situación, ojalá pudiéramos aplaudir sinceramente los logros de los demás, visualizando que en el engranaje universal del que todos formamos parte, cuando la gente cercana a nosotros sobresale, de una u otra forma, el mundo avanza y en consecuencia nosotros también.

En el transcurso de los días, cuando alguien llega hasta nosotros con una sonrisa, devolver otra a cambio resulta casi inevitable. En cambio, cuando alguien pasa sin saludar o nos mira con el ceño fruncido a tempranas horas de la mañana... ¿a donde se va nuestra sonrisa? Por favor recuerden atraparla antes de que se esfume, la próxima vez que sintamos aproximarse una situación semejante a ésta.

De manera similar, cuando llega un alumno (y recordemos que de una u otra forma todos somos maestros en algún momento de nuestra vida) con ganas de aprender, enseñarle no requiere el más mínimo esfuerzo, no hay mérito alguno en lograr que el alumno entusiasta aprenda pues lo hará con nuestra ayuda o sin ella. Por el contrario, cuando nos toca enseñar a un alumno desganado, ¿se esfuman nuestras ganas por enseñar? Si nos detenemos a analizar un momento la situación, es justamente de éstos "casos difíciles" de los que más podemos aprender. Y una vez más, nos toca ser alumnos más veces de las que nos toca ser maestros, aunque ser conscientes de esta situación es punto y aparte.

No perdamos más tiempo, ni nuestro mejor perfume, ni nuestra mejor sonrisa, ni las palabras afectuosas, ni los abrazos efusivos, ni nuestra mejor explicación, ni nuestro más profundo deseo de aprender, merecen ser guardados para una mejor ocasión. Las personas que estiran el pie para que alguien se tropiece deben tener cuidado de los pisotones que accidental o intencionalmente pueden recibir, cuando ese pie se convierta en un pequeño trampolín para llegar más alto, lo suficiente como para subir al siguiente escalón o tanto más como para llegar al cielo.

La vida es efímera. El amor es eterno. Los pensamientos y rostros que rodearán nuestra despedida dependerán en mucho de nuestros pensamientos y rostros, cuando aún podíamos, en vida.

1 comentario:

Unknown dijo...

Me gustó mucho ese dicho , aunque no lo habia oido, "Al final del juego, el rey y el peón vuelven a la misma caja".ahora me tengo que ir, quisiera seguir comentando las demas entradas, que algunas me resultaron divertidas como la vez que olvidó su celular 2 veces, de verdad que me hizo reir mucho, imaginando a su hermano cada vez que lo llamaba jajaja despertarse tan temprano, adios