domingo, enero 31, 2010

La fuerza que nos mueve

En un momento de divagación, de aquellos en los que la vista se pierde en la nada y cualquier voz que nos llamara pasaría desapercibida o quedaría de trasfondo como un simple bla bla bla (algunos estudiantes que conozco saben bien a lo que me refiero), hoy vineron a mi memoria algunos momentos de antaño.

Desde lo más lejano que mi memoria me permite retroceder, el amor ha sido mi principal motor para hacer cuánto he querido.

Recuerdo la primera vez en la que mi corazoncito latió más fuerte de lo que le conocía, cuando apenas estaba en 4o grado de primaria. Todos los días iba a la escuela con la esperanza de encontrarme con el susodicho y, si no se aparecía, al día siguiente regresaba con más entusiasmo a la escuela y mi alegría era doble cuando por fin nuestros días se cruzaban.

¡Qué días aquellos!

Como aquél en el que una niña de 5o grado de primaria llegó a su casa con ánimo de platicar sobre lo que había aprendido en su interesante clase acerca de los cambios que ocurren en los niños y niñas a cierta edad. Justo a la hora de la comida llega a la mesa y le pregunta a su papá:

- ¿Papi, a la etapa en que a las niñas les empiezan a gustar los niños, se le llama adolescencia, verdad?

Ahora que lo pienso, el papá debió haber tragado el bocado de comida que tenía en la boca con un poco más de dificultad que de costumbre. Recuerdo que alcanzó a decir algo así como:

- Sí, ¿por qué lo preguntas?

Aquella niña ingenua de 9 años respondió:

- Y si al inicio de esa etapa se le llama adolescencia... ¿cómo se llama a la etapa en que termina? y ¿cuánto tiempo pasa hasta que se termina? porque... un día se termina, ¿o no?

No debe haber sido fácil encontrar la respuesta adecuada a semejante pregunta, no recuerdo cuales fueron las palabras exactas pero estoy segura que, como todas las respuestas dadas por éste papá, fue la más adecuada y dejó satisfecha la curiosidad de la chiquilla, que al parecer desde entonces presentía que lo que se veía venir no sería nada fácil.

Ahora, me doy cuenta de lo que papá quiso decir.

Desde que el corazón aprende a enamorarse y amar, no puede dejar de hacerlo. La principal diferencia en la vida "de los grandes" radica en la ausencia de aquella inocencia que nos disculpaba de cualquier malentendido que pudiera haber surgido, lo mismo con las amigas que con los niños, siendo niña, y viceversa (supongo) siendo niño.

¡Qué complicada es la vida, en cuanto a las relaciones humanas! Cada individuo tiene su propia historia, y cuando se juntan dos historias se crea una nueva historia, mucho más complicada y enriquecida que las primeras. Sin embargo, estoy segura que Alguien allá arriba se encarga de que las "coincidencias" ocurran, cuando sea el momento adecuado.

Yo no sé que pude haber hecho para ser bendecida y haber encontrado el hombro que parece estar diseñado a la medida de mi cabeza, pero si lo supiera, me aseguraría de no dejar de hacerlo.

Confío en que aquellas parejas en busca del camino que pueda ser recorrido y disfrutado juntos, lo encuentren. Ojalá tengamos siempre presente que las cosas que parecen ser las más difíciles en la vida, son las que más valen la pena... y que quien persevera ¡alcanza!

Pero sobre todo, hoy mi fe está puesta en la esperanza de que sin importar lo que pase en nuestro transitar por este mundo, cada día nos regalemos la inmensa dicha de amar. A nuestros padres, a nuestros hermanos, a nuestros amigos, y a nuestra pareja si tenemos la fortuna de contar con una.

2 comentarios:

Hello dijo...

es muy agradable leerte,

siempre pienso que el dia de mañana serà mejor, cuan importante es no perdr las esperanzas.

un beso

Cinhtia dijo...

Gracias por el comentario :)